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La grieta más sangrienta de un país autoritario

La grieta más sangrienta de un país autoritario

A más cuatro décadas de ese episodio, sin partidos políticos y sin convicción democrática, el futuro plantea desafíos que son perentorios.

Hoy, hace 43 años, se concretaba uno de los golpes de Estado más anunciado de nuestra historia, que terminaría siendo el más sangriento.

Fue anunciado, porque el entonces comandante en jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla había anticipado, en la Nochebuena de 1975, luego del frustrado el intento del ERP por tomar un regimiento en Monte Chingolo, que el gobierno constitucional contaba con noventa días para resolver los problemas. Las Fuerzas Armadas volvían a mostrar, como venía ocurriendo desde medio siglo atrás, que se consideraban los garantes naturales del orden.

Las dos organizaciones armadas, ERP y Montoneros, al optar por una "guerra popular, integral y prolongada", que no estaba en las previsiones de la democracia argentina, no hacían más que alimentar las pretensiones de Videla y los otros comandantes.

El enfrentamiento armado en Ezeiza, el 20 de junio de 1973, que frustró la celebración por el regreso de Juan Domingo Perón; la imposibilidad del peronismo para consolidar un acuerdo definitivo con la UCR y para designar un vicepresidente en condiciones de asumir la presidencia, el asesinato de José Ignacio Rucci, que fue un abierto desafío de Montoneros al dirigente más relevante de la segunda mitad del siglo XX, la irrupción de la Triple A y la política de la violencia precedieron a la dictadura.

El humor social que imperaba entre los antiperonistas quedó reseñado en un titular del diario La Tarde, que dirigía Héctor Timmerman: "Muerte, corrupción e inflación, la Argentina de Isabel".

El que encabezaron Videla, Orlando Ramón Agosti y Emilio Massera fue el penúltimo capítulo de una saga que había comenzado en 1930, con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, y se repitió en 1943, 1955, 1962 y 1966: los golpes de Estado que frustraron la maduración democrática de un país escasamente poblado cuya historia había oscilado entre el liderazgo en las luchas por la Independencia, el crecimiento económico en base a la exportación de productos primarios y una sorprendente convocatoria a inmigrantes europeos.

El último capítulo lo ofrecerían los carapintadas en los años "80.

La mitificación en el Proceso

Fieles a la tradición argentina de mitificar el pasado, los militares bautizaron su proyecto como "proceso de reorganización nacional".

La soberbia de aquel día inicial contrasta con la indignación popular y la vergenza en junio de 1982, luego de la derrota militar en las Islas Malvinas.

En el medio, un gobierno pésimo.

El proyecto de modernización del Estado y del sistema productivo, inspirado en la idea de que "es lo mismo producir acero que chupetines" se tradujo en un bochorno neoliberal que cuadruplicó la pobreza, generó picos inéditos de desempleo y sextuplicó la deuda externa.

Además, esa orientación produjo un conflicto interno, alimentado por las aspiraciones personales de Massera, que se imaginaba el sucesor de Perón.

La ineptitud política y el autoritarismo explican el fracaso.

En 1978, la intervención del papa Juan Pablo II logró frenar una guerra con Chile por las islas ubicadas al Sur de Tierra del Fuego, en el canal de Beagle, que hubiera terminado en una carnicería, con una secuela de odios impredecible.

En 1982, la recuperación de las Malvinas fue una aventura, basada en el desconocimiento de la realidad internacional, que terminó en un previsible fracaso.

Pero la decisión de reprimir a las organizaciones armadas con recursos ilegales, violatorios de cualquier normativa bélica, pero también de los más elementales valores humanos, terminaron atravesando esos casi ocho años de despotismo. Y conforman la nota histórica más distintiva de ese período. Ningún pueblo perdona la desaparición de personas, los fusilamientos masivos ni el robo de bebés.

La tarea ímproba de la Conadep y la decisión política de Raúl Alfonsín pusieron al desnudo la masacre.

Mirando adelante

El balance requiere ir más allá de las anécdotas de la represión y los exilios, que forman parte de la tradición de mitificar y satanizar el pasado.

Es claro, en ese balance, que a nuestro país le cuesta construir un proyecto compartido, así como entender a la ciudadanía como pluralidad en el marco de un país que es de todos.

La polarización agónica entre las organizaciones de izquierda y el peronismo de derecha, primero, y entre militares y "subversivos", después pertenece al pasado. Pero hay una nueva polarización, la "grieta" tan intolerante como aquella, aunque sin armas de por medio, entre las dos formas de entender la democracia: la representación ciudadana a través de las instituciones plurales y la entronización de liderazgos de los que se espera que neutralicen la aspiración de las élites por controlar esas instituciones.

Esa nueva fractura -o, en el fondo, la misma, con nuevas formas- es la que ahora frustra a nuestra democracia, donde encontramos que han muerto los partidos, que la pobreza se ha duplicado en 35 años, la inflación sigue carcomiendo nuestra economía y crece la sensación de que vamos de mal en peor.

Probablemente haya que dejar de mitificar al pasado y empezar a sacar provecho de una mala experiencia. La historia nos enseña que, más allá de la tragedia genocida -que es un rasgo del mundo del siglo XX y, al parecer, del XXI- la falta de un proyecto de desarrollo compartido tiene un costo humano altísimo, a veces difícil de objetivar.

Esa asignatura esencial sigue pendiente.

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