Estamos en plena campaña. Una vez más, los carteles, los jingles y los saludos apurados en las esquinas intentan despertar el interés de una ciudadanía que, en su mayoría, ya no cree. La política se convirtió en una carrera por ver quién tiene más recursos, más pauta, más visibilidad… aunque falte lo más importante: las ideas y el compromiso real.
Muchos candidatos, con pocas herramientas pero muchas ganas, caminan las calles sin promesas vacías, buscando ser escuchados. Lo hacen en silencio, sin shows ni sorteos, apelando a una esperanza que parece estar en extinción. Mientras tanto, otros se alinean obedientes a estructuras que solo buscan sostener lo mismo de siempre, cerrando el paso a la diversidad, al disenso, a la verdadera representación.
¿Para qué se candidatean?, se preguntan los vecinos. ¿Qué quieren cambiar, si nunca escuchan? ¿Cómo piensan representar, si ya están alineados antes de llegar?
No se trata solo de elegir. Se trata de abrir los ojos. Porque cuando las campañas se alejan tanto de la realidad, cuando las promesas se construyen como castillos en el aire, el abismo se acerca. Y no lo empujan ellos solos: lo empujamos todos si elegimos desde el cansancio o la costumbre.
Es tiempo de exigir más que palabras. Es tiempo de preguntar, de dudar, de pensar. Porque si seguimos eligiendo a los que ya estuvieron sin cambiar nada, no esperemos que algo cambie.