Campo Quijano no es cualquier lugar. Es un pueblo con historia, con raíces fuertes, con identidad. Nació hace 103 años al calor del ferrocarril, entre cerros, con el andar de los gauchos, las tradiciones y un ritmo propio que se resiste —con dignidad— a perderse en el olvido.
Ciento tres años no es un número menor. Son más de cien años de vida compartida, de costumbres, de memoria viva. En estos días, el gobierno municipal, junto con Obras Públicas de la Provincia de Salta, decidió avanzar con la segunda etapa de un proyecto de reconfiguración estética del pueblo, particularmente en nuestra plaza principal. Un proyecto que ya está en marcha, rompiendo lo que muchos aún considerábamos en buen estado.
Quijano tiene un patrimonio cultural y estético que merece ser cuidado. Cada intervención urbana debería responder a una visión consensuada, pensada en base a ese ADN local. Las fachadas, los colores, los materiales, incluso los bancos de la plaza, deberían tener un denominador común que hable de quiénes somos y de dónde venimos.
Pero el problema no es solo el cambio. Es cómo se dio ese cambio.
Nadie preguntó. No se consultó a los vecinos. No se mostró el diseño. No se debatió si esta obra era realmente prioritaria.
¿Y si no nos gusta?
¿Y si ese espacio, que es de todos, termina pareciendo ajeno?
Se trata de preservar con criterio, mejorar sin borrar, embellecer sin uniformar. Porque lo que atrae al visitante y da sentido al habitante no es la novedad sin alma, sino la identidad con vida.
Se están invirtiendo millones en un lugar que, si bien siempre es mejorable, no era urgente ni lo más necesitado. Y mientras tanto, otras prioridades quedan postergadas. La gente se queja en voz baja, en la calle, en una charla entre vecinos. Algunos lo hacen solos, otros acompañados. Pero muy pocos se animan a decirle al intendente lo que muchos piensan: no se deben tomar decisiones tan profundas sin escuchar a la comunidad.
No es tarde para pensar juntos el pueblo que queremos. Pero hace falta voluntad política, participación ciudadana y una profunda conciencia del valor de lo nuestro. Porque si dejamos que se decida desde arriba y sin diálogo, corremos el riesgo de perder lo más valioso: la esencia de Quijano.
¿Por qué los intendentes —que son representantes del pueblo— muchas veces gobiernan como si fueran dueños de los recursos del Estado? ¿Por qué se olvidan de consultar, de compartir, de construir con la gente?
Una gestión democrática no puede ser solo formal. La democracia también se mide en los actos cotidianos, en la participación, en el respeto a la voluntad popular y en el cuidado del patrimonio común.
Esta reflexión no es un ataque. Es una invitación. A pensar. A hablar. A participar. A no dejar que los cambios se hagan sin nosotros. Porque el pueblo es de todos, y todos debemos ser parte de las decisiones que lo transforman.













Algunas imágenes extraídas de las rede sociales. A sus autores, muchas gracias.