Hoy, 10 de diciembre, recordamos uno de los días más importantes de nuestra historia: el regreso de la democracia. Un día que no nació de un acuerdo político, sino del dolor, la lucha y el sacrificio de miles de argentinos que soñaron con un país libre, justo y humano.
Por eso duele —y mucho— ver cómo, cuarenta años después, algunos dirigentes parecen haber olvidado esa memoria. Duele ver decisiones tomadas a espaldas de la gente, prioridades que no son las del pueblo, intereses personales disfrazados de causas públicas. Duele sentir que quienes deberían honrar la democracia la vacían de contenido con su indiferencia.
Pero es importante decirlo con claridad: la democracia no es propiedad de los políticos. La democracia somos nosotros. Cada vecino que reclama agua, seguridad o trabajo digno; cada madre que cuida a sus hijos; cada docente que enseña; cada medio comunitario que informa; cada ciudadano que participa, pregunta y exige transparencia.
Si algo nos enseñó la historia es que los derechos se defienden todos los días. Y aunque hoy nos atraviese la angustia, la bronca o la decepción, también sabemos que renunciar no es una opción. Porque si algo hizo grande a este país es la convicción de que el pueblo siempre vuelve a ponerse de pie.
Hoy reafirmamos que la democracia se construye desde abajo, desde la verdad, desde la participación y desde la memoria. Que no vamos a resignarnos. Que no vamos a callarnos. Que lo que hicieron aquellos que lucharon para recuperar la democracia no fue en vano.
Que este 10 de diciembre nos recuerde que, aun cuando algunos la traicionen, seguimos de pie para defenderla.