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Cristina Kirchner, tocada por Dios, invita a desconfiar de la democracia terrenal
- Publicado: Lunes, 19 Septiembre 2022 22:47
OPINIÓN. Dice jugar en otra liga, así que si es candidata, no va a ser por interés. Insiste en invalidar lo que digan de ella los tribunales y en alimentar la desconfianza en que podamos preservar la convivencia pacífica. Sigue el programa fijado por Mayans, pero con un giro místico.
Por Marcos Novaro
Flaco favor le hizo la vice a nuestra debilitada convivencia democrática cuando afirmó que con el atentado en su contra “se ha roto un pacto social que teníamos desde 1983″. Lo hizo rodeada de curas kirchneristas, en una nueva muestra de politización de la fe católica que el oficialismo inició días atrás en la basílica de Luján. Acto que, no casualmente, Cristina Kirchner reivindicó, y para lo cual dijo tener buenas razones, porque nada menos que Dios y la Virgen habrían intercedido para salvar su vida. Se lo habrá contado un pajarillo, quién sabe.
En apariencia, se mostró así muy preocupada por la democracia y la convivencia. Y tan magnánima que no se preocupa por lo que a ella le suceda, siempre dispuesta a sacrificarse por los demás. Cuando, en verdad, lo que nos está transmitiendo es lo contrario: desde que se atentó contra su vida, ya no habría convivencia democrática que valga; si ella estuvo en riesgo, ahora todos lo vamos a estar.
Equivale a afirmar que a partir de ahora ya no sabremos a qué atenernos, cualquiera puede zarparse, así que los actos de violencia se van a repetir. Y, como dijo su brutal ladero Andrés Larroque, vamos a tener que andar con chaleco antibalas para hacer política.
Objetivo desconfiar de las instituciones
El objetivo de los máximos referentes del oficialismo parece ser en estos días, frustrado su primer intento de echarles abiertamente la culpa del atentado a la oposición, los medios y la Justicia, alimentar por otra vía, de modo más difuso, la desconfianza en las instituciones; instalando la idea de que el juego político se ha contaminado de violencia y va a seguir siendo así, por obra de grupos radicalizados con conexiones con la extrema derecha y el mundo empresario.
Pero utilizar de este modo el atentado para moldear la escena política según su conveniencia no es solo una inmoralidad, un acto de irresponsabilidad, sino que es además un error, va en contra de los propios intereses del oficialismo.
Porque el resultado más probable de semejante operación es que más gente sospeche, como ya sucede en buena parte de la sociedad, de lo único que hay de cierto en todo esto, que el ataque existió.
Si desde el oficialismo se siguen alimentando tesis conspiranoicas sobre grandes empresarios financiando a la patética “banda de los copitos”, conexiones entre ella y los libertarios y otros sectores políticos, instigadores ocultos y otros delirios por el estilo, hay buenas posibilidades de que la opinión pública termine desconfiando aún más de lo que ya lo hace de lo que es indudablemente cierto, que un grupito de marginales intentó matar a la vicepresidenta.
El oficialismo, inconsciente del riesgo
Sin embargo, el oficialismo parece ser por completo inconsciente del riesgo que para él supone terminar cosechando su tóxica siembra. Insiste e insiste con su estrategia, tal vez porque imagina que nuevos ataques violentos se van a producir, y le van a dar la razón.
Otra especulación irresponsable, que difícilmente se confirme. El efecto más importante y digamos “positivo” de lo sucedido el 1ro de septiembre es que cualquiera que haga una manifestación siquiera verbal de violencia, a partir de ahora va a ser inmediatamente señalado como lo que es, un jugador ilegítimo del sistema político, alguien que está jugando con fuego y por tanto merece ser censurado y aislado, y eventualmente sometido a la Justicia.
Porque, justamente, contra lo que dice Cristina Kirchner, el pacto democrático de 1983 y la exclusión de la violencia tienen plena vigencia entre nosotros.
No estamos en la situación de Brasil, donde lamentablemente esto no sucede, ni de Venezuela o Bolivia, donde la violencia política se practica aún más extensa y alevosamente, desde el Estado. Afortunadamente, en la Argentina esas cosas no son toleradas, no lo lo van a ser, como no lo fueron nunca desde Alfonsín hasta acá, ni ante los carapintadas, ni con La Tablada, ni con el crimen de José Luis Cabezas ni con la AMIA o la embajada de Israel. Todos esos sí atentados contundentes y bien planificados contra nuestra convivencia, que fracasaron de todos modos en su principal objetivo.
Desconocer esto, como hace Cristina Kirchner, es un gravísimo error también porque le quita a su propio gobierno una bandera de legitimidad que no debería rifar tan frescamente. Si fuera cierto lo que ella dice y ya no pudiéramos confiar en la convivencia pacífica entre nosotros, entonces habría sido bajo su guardia que la perdimos, sería también en gran medida su responsabilidad habernos sumido en una batalla sin ley entre facciones, como las que padecimos hasta el hartazgo durante buena parte del siglo XX. En suma, ella misma se está haciendo una terrible campaña en contra, se entierra sola. Si ese es el argumento con que va a defenderse, no hace falta que la oposición se esfuerce demasiado en criticarla.
Cristina, ¿no se da cuenta o no le importa?
Tal vez un poco de las dos cosas. Puede que el victimismo pese en su ánimo más que cualquier otra consideración, que crea en serio que puede despegarse de toda responsabilidad, tanto de estos problemas institucionales como de los económicos y sociales, si se coloca y nos habla en el registro de los mártires de Dios. Y como siempre tiende a hacer, confunde una vez más su destino con el destino colectivo.
Imagina convulsiones sociales y políticas cada vez más violentas hacia delante, porque ella misma se está quedando sin opciones. Porque no tiene escapatoria a ser candidata para, con suerte, perder más o menos dignamente y no por paliza, se refugia en la esfera celeste y desde esa distancia inalcanzable nos dice que ese destino mucho no la afecta.
Porque ya no tiene medios efectivos a la mano para detener los juicios en su contra, se refugia ya no en la dudosa indulgencia de la historia, sino en el favor infalible de Dios y la Virgen. Porque no le va a quedar otra que aceptar que la democracia argentina puede seguir existiendo sin ella en un rol descollante, nos quiere hacer creer que nuestra democracia está al borde de la extinción.
Habla, como siempre, de sus problemas, no de los nuestros.
Fuente: TN