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Sin libertad no existe prensa ni democracia
- Publicado: Jueves, 20 Junio 2019 03:05
La propuesta de una Conadep del periodismo es una muestra más de la resistencia a los valores de la democracia.
Hace unos días el actor Daddy Brieva propuso crear una "Conadep del periodismo". En el contexto político actual no es raro que un "famoso" confunda el espacio público y no diferencie la pantomima de la opinión seria. Para ser humorista no hace falta estudiar historia, y obrar contra el sentido común es parte del humor. Pero confundir "el terrorismo de Estado" con el "derecho de opinión" es demasiado. Brieva propone investigar lo que es público: la información y la opinión de los diarios, y sugiere crear una institución similar a la que, en las postrimerías de la dictadura y bajo amenazas, comenzó a buscar testimonios y vestigios para tratar de conocer el destino de los miles de desaparecidos.
Nadie daría entidad a semejante dislate. El candidato presidencial Alberto Fernández lo desautorizó. "Lo que la Argentina necesita es dar vuelta la página de la locura", dijo, con sensatez. En los mismos términos se pronunció Felipe Solá.
Brieva es la expresión de una política devaluada. Su compañero de pantomimas, Miguel del Sel, ubicado en la otra vereda de la grieta, fue candidato a gobernador de Santa Fe en 2015 para suplir las carencias del macrismo en esa provincia. Quedó a un punto. Este domingo la realidad quedó en blanco sobre negro, con el triunfo del justicialismo.
Pero el show político no es exclusivo de los Midachi. A los actores les encanta opinar, aunque nunca se vean obligados a fundamentar sus opiniones. El exitoso conductor y empresario Marcelo Tinelli ya está entronizado como actor político, más allá de que su visión del mundo, del país y de la política desaparecen opacadas por las luces de su show.
La devaluación de la política comienza con los políticos, que consideran que la fama es condición necesaria para erigirse en dirigente. Pasa en Argentina, en EEUU, en Italia y en Ucrania, pero la historia reciente (incluidos momentáneos éxitos) no les da la razón.
La democracia exige otra cosa: la participación ciudadana requiere información y no picardías de comedia.
Hace ocho meses, en la Declaración de Salta, la Sociedad Interamericana de Prensa ratificó "la fe en la democracia y en el ejercicio de las libertades de expresión y de prensa como forma para alcanzar instituciones sólidas, desarrollo social, libertades públicas plenas y respeto a los demás derechos humanos". Y Añadió que "el periodismo y los medios de comunicación son actores vitales de la libertad de expresión, más allá de las plataformas en las que operan. Son claves en la búsqueda de la verdad, en facilitar la cultura democrática y en empoderar a la ciudadanía para ejercer sus libertades y gozar del derecho a la información, como resalta la Carta de Aspiraciones de la SIP".
Esta es la esencia de la cuestión: sin medios que informen, analicen y opinen, no hay democracia. Y si los medios que informan, analizan y opinan son en su totalidad órganos partidarios o del Estado (modelo Granma), tampoco.
La censura y el ataque a los medios de prensa son propios del totalitarismo. La prensa profesional debe ser libre para informar la verdad, opinar como lo parezca y responder ante la Justicia si calumnia o agravia.
La prensa no profesional, dedicada a la "bajada de líneas", tiene otros propósitos, se diferencia y no compite con el periodismo profesional y tiene derecho a circular, siempre y cuando tenga un editor responsable.
El juez natural de una y otra es el público.
En la vorágine informativa de redes sociales es absurdo imaginar la censura. Lo que está en juego es la responsabilidad de opinión.
El disparate de una "Conadep del periodismo" es solamente una señal de que en algunos discursos anida una cultura autoritaria. Es una de las tradiciones más cavernarias de la historia humana.
Sería bueno recordar a Salman Rushdie, el escritor al que en 1989 el ayatolah Khomeini condenó a muerte, una pena que debía ser ejecutada por cualquier chiíta que lo encontrara en cualquier parte del mundo. La razón: no le gustó el libro Versos Satánicos. Claro, la revolución iraní no es ni quiere ser democrática. Pero el culpable no es el Islam, ni un credo o ideología alguna: es el miedo a la libertad.