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En un nuevo aniversario de su fallecimiento, se recuerda a Roberto Romero

Este jueves se recordará al ex gobernador, con una ceremonia religiosa y una entrega de ofrendas florales en el cementerio de la Santa Cruz. 

Este 15 de febrero se cumple un nuevo aniversario del fallecimiento del ex gobernador Roberto Romero.  Este año se cumplen 32 años del fallecimiento de quien fuera el primer gobernador del regreso a la democracia en 1983. 

En su memoria se oficiará una misa en la capilla del cementerio de la Santa Cruz, y se realizará la colocación de una ofrenda floral en el mausoleo familiar. La ceremonia religiosa se ofrecerá este jueves 15 de febrero a las 17.

Su trayectoria como empresario y como gobernante lo convirtió en una figura trascendente en la historia de Salta. Dotado de una innata vocación por la superación personal y colectiva, construyó una inusual visión estratégica a la que sumó su compromiso personal, sin claudicaciones.

Acostumbrado a trabajar desde chico, supo sostener al trabajo como un valor existencial y, también, valorar a los trabajadores cualquiera fuera el rol que desempeñaran.

Así lo demostró cuando, muy joven, le tocó asumir la dirección del diario El Tribuno, donde se ocupó de profesionalizar las áreas de redacción, administración y comercialización, con criterios transformadores, acordes con la realidad del mundo de los años 50 y 60.

En aquellos tiempos, la Argentina acumulaba tres décadas de democracia inestable y condicionada por el poder de las Fuerzas Armadas, convertidas en brazo armado de corrientes elitistas y conservadoras electoralmente desplazadas por el radicalismo y el justicialismo.

Roberto Romero, que desde muy joven se había interesado por la política, fue siempre un demócrata convencido de que el país necesitaba un Estado que garantizara las libertades individuales, la seguridad jurídica para los ciudadanos y las empresas, la calidad de vida de todos y el respeto por la división de los tres poderes.

Nunca se aferró al poder. No creía en líderes mesiánicos ni en ninguna forma de estatismo que, en nombre de utopías o quimeras, interfiriera en el desarrollo de la Nación y de la provincia de Salta.

En 1983, un país desgastado por el terrorismo de Estado, la ineficiencia de una dictadura intolerante y belicista y la derrota militar en el Atlántico Sur, hizo posible poner fin a 53 años de golpismo. Allí se abrieron las puertas a la esperanza con el regreso de la democracia representativa, republicana y federal.

La figura de Raúl Alfonsín, quien presentó como signo de su presidencia la Constitución nacional, fortaleció las expectativas de esta primera etapa de la democracia.

Roberto Romero se convirtió en el primer gobernador de Salta de este período que el próximo 10 de diciembre cumplirá cuarenta años. Había ganado las elecciones internas del PJ, acompañado como vice por Jaime Hernán Figueroa. En las generales del 30 de octubre, la fórmula obtuvo algo más del 50% de los votos.

El Acta de Coincidencia Democrática que se firma el 18 de julio de 1984 en el Cabildo Histórico de Salta con la presencia del ministro del Interior Antonio Tróccoli y varios de los principales dirigentes políticos nacionales es testimonio de la idea de Nación, de pluralidad y de democracia que compartían radicales y peronistas.

La campaña electoral de Romero, que le permitió ganar la interna y luego las generales fue una exposición muy clara de su concepción de la gestión. Recorrió varias veces toda la provincia y en cada localidad explicó, ayudado de pizarras y rotafolios, cuáles eran sus objetivos para la provincia y con qué recursos y qué plazos tenía previsto alcanzarlos. Esos objetivos incluían planes de vivienda, aumento de la oferta educativa, especialmente en el interior provincial, un programa de política sanitaria basado en las estrategias preventivas y en la asistencia a las embarazadas y los recién nacidos, entre otros puntos.

En todo momento, esa campaña puso de relieve la prioridad del desarrollo económico y la generación de empleo en la provincia, así como mejoras en la asistencia y las comunicaciones para las localidades más aisladas.

 

En un nuevo aniversario de su fallecimiento, se recuerda a Roberto Romero

 

Federalismo e integración

Romero definió una férrea concepción del federalismo basada en la capacidad de autodeterminación y autonomía de las provincias, como un camino insoslayable para lograr el desarrollo. Dejó en claro que la coparticipación federal de impuestos es un derecho inalienable de los Estados provinciales, pero que al mismo tiempo ninguna provincia va a progresar mientras se siente a esperar soluciones que dependan de la benevolencia del poder central, cualquiera fuere el gobierno nacional de turno.

Esta reafirmación de Salta, su identidad y sus derechos estaba acompañada de otra certeza: la imprescindible integración regional.

Roberto Romero se había sumado con entusiasmo al Grupo de Empresarios del Centro Oeste Sudamericano (Geicos). Esta iniciativa apuntaba a establecer un mercado regional integrando al noroeste argentino, norte de Chile, sur oriente de Bolivia y Paraguay. En todos los casos, en un continente que pugnaba por superar la dependencia de las metrópolis y buscaba el desarrollo a través de la inversión, la generación de empleo y la actualización tecnológica, se apuntaba a fortalecer el vínculo y asociar a regiones periféricas de sus respectivos países, con carencias similares y con un fuerte potencial que podrían capitalizar a través de la integración. En 1974, fruto de esta iniciativa, se había realizado la primera Ferinoa, que representó una ventana que Salta abría hacia el mundo.

Pero Romero apuntó a un proyecto del mismo espíritu, pero superador: la unidad del NOA y el NEA, incluyendo el norte de Santa Fe, como región del Norte Grande.

El 10 de octubre de 1986, los gobernadores de esas provincias suscribieron en Salta la "Declaración para la Integración del Norte Grande Argentino". Se proponía otorgar marco institucional a acuerdos productivos y comerciales orientados a la industrialización y la investigación para el desarrollo regional.

Pero el acuerdo también incluía la meta de avanzar en dirección a un corredor bioceánico, con un sistema de transporte transversal, entre los puertos del sudeste de Brasil, en el Atlántico, hasta los del norte chileno, en el Pacífico.

La construcción del futuro

Esta mirada estratégica de Roberto Romero era fruto de su estrecho contacto y su confianza con otros hombres de negocios, de su conocimiento sobre el funcionamiento del mundo contemporáneo y la certeza de que el futuro nunca está predeterminado, sino que es lo que puedan construir los pueblos.

Como empresario y como gobernador, la gestión de Romero siempre tuvo esa impronta. El traslado de la redacción del diario a Limache y la construcción del barrio El Tribuno en la misma zona se inspiraron en esa misma dinámica de desarrollo; así como la creación del primer canal de cable en la ciudad de Salta, los planes de intercambio internacional para estudiantes, la creación del Teleférico y el impulso al turismo, entre muchas iniciativas que hoy pueden calificarse como revolucionarias.

Los tiempos cambiaron. Las expectativas de construir un país en desarrollo, democrático, plural, con espíritu federal y generador de esperanzas no se materializaron, aunque están latentes. En cuatro décadas, la economía del país sufrió varios cimbronazos, algunos de origen externo y los más fuertes, fruto de una macroeconomía con fisuras. Las grandes crisis institucionales fueron resueltas en el marco de la Constitución. Sin embargo, nuestra democracia sufre por la tendencia a un presidencialismo casi mesiánico, un poder central que obstruye el desarrollo regional y una grieta política que erosiona al pluralismo, la convivencia y hasta la misma identidad como Nación.

Es posible e imprescindible revitalizar un proyecto genuinamente federal como el Norte Grande, sin enfrentamientos con el poder central, pero también sin sometimientos partidarios en desmedro de los intereses regionales.

Es esencial recuperar una convivencia entre gobernadores radicales, peronistas y de partidos provinciales como la que se puso en práctica en los albores de la democracia. Y es más urgente que nunca desideologizar la política para convertirle nuevamente en un instrumento de desarrollo.

Estamos mal, pero nunca tanto como aquel país que encontraron Alfonsín y Romero y en el que hicieron posible creer en la democracia y confiar en el futuro.

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